Please, Come back! La Lista de Regresos Más Deseados


Hoy queremos que participéis con nosotros para elaborar una lista muy especial. Ahora que han vuelto tantas «viejas» glorias, pedimos vuestra colaboración para que nos digáis 5 nombres (grupos o artistas) que os gustaría verles de regreso sobre los escenarios. Para afinar más, vamos a poner 2 condiciones: que nunca antes se hayan reunido y que estén vivos (en el caso de los grupos, que lo estén todos sus miembros). Para que podáis tener alguno de referencia os dejamos una lista orientativa con unos cuantos videos:

The Smiths

Suede

Housemartins

Oasis

The Jam

Dire Straits

Talking Heads

The Kinks

Transvision Vamp

The Stone Roses

Wham

Lighthouse Family

Radio Futura

El Ultimo de la Fila

Mecano

Gabinete Caligari



Platero y Tú

Duncan Dhu

La Dama Se Esconde

Loquillo y Los Trogloditas

091

Ketama

Veneno

Mano Negra

Itoiz

Kortatu

Hertzainak

Delirium Tremens

Las anécdotas hispanas de Joe Strummer (XII)


Parecía que nunca iba a llegar el final pero desgraciadamente así es. Este es el último capítulo de la colección de anécdotas de Joe Strummer que hemos ido publicando periódicamente. Gracias a los interesantísimos testimonios de su amigo granadino Jesús Arias en el foro ipunkrock, hemos ido conociendo un poco más al músico anglosajón. Como colofón final, os dejamos con la segunda parte del relato de la fiesta granadina en la que Joe Strummer pasó de ser el organizador a ejercer otro oficio que por lo visto no se le daba nada mal. Un gran broche final para un tío que dejó un recuerdo imborrable en aquellos que le conocieron.

JOE STRUMMER, In memoriam (1952-2002).

joe_strummer

Joe Strummer

«Joe quería hacer una gran fiesta en las Gabias Gabbia Gabbia Hey y aquélla fue la primera de una de tantas que, a lo largo de las siguientes semanas, meses y años, se irían organizando en casa de Gabriel Contreras y Fernando Romero (ambas familias compartían una especie de pequeña mansión con un camino de entrada bordeado por cipreses, jardines, un enorme chalet de dos plantas, muy amplio, piscina y demás: lo que hoy se entendería como una ‘villa’). No sé por qué, pero esta fiesta resultaba muy importante para Joe. Quería conocer a toda la gente interesante de Granada, conocer más gente fuera del círculo que se había formado con sus amigos del ‘Silbar’ y, sobre todo, conocer gente interesante.

Como bien decía Richard Dudanski, una de las grandes cualidades de Joe Strummer es que era un tío al que le encantaba servir a los demás, comunicarse de tú a tú con la gente de la calle, dedicarle tiempo a una buena conversación con un vagabundo de metro o con el camarero de un bar. Jamás, en todo el tiempo en que yo lo conocí, se mostró displicente con nadie, soberbio o despectivo. A lo largo de mi vida he conocido a ‘estrellas’ de algo, cine, televisión, música, que eran cien mil veces más humildes que ‘supuestas’ estrellas locales de algún sitio que te miraban de arriba a abajo porque eran ídolos en su barrio o en su ciudad. Joe Strummer, Peter Gabriel o Andy García, por mencionar sólo esos tres nombres con información de primera mano, le daría hoy mil vueltas, en mi currículum personal de amistades, a gente como Alaska o Loquillo. Pero bueno, ésa es mi apreciación personal.

Antes de que comenzara la fiesta, Joe tuvo una decisión bastante extraña, curiosa y simpática. “Ok, Hasoos (que era la forma en que él pronunciaba mi nombre cuando quería decirme algo en serio: “Jesús”… Cuando quería decirme algo en plan jocoso o divertido, me llamaba “Yisses” o “Jesus” en inglés… Le hacía mucha gracia que yo me llamara Jesús, que para un inglés es como llamarse “Dios” o “Júpiter” o algo así). Tonight you and me are going to be the waiters for all the people. «Do you want to be a waiter with me, man?”. Quería que los dos fuéramos los camareros de la fiesta, que nos pusiésemos detrás de la barra metálica que ya habían instalado al lado de la entrada de la casa. Yo quería ser el puto camarero que servía las bebidas a toda la gente. Le dije que sí, que sería divertido.

La idea era que yo atendía la barra y todas las peticiones de la gente, y le traducía a Joe las bebidas que me pedían, Joe las preparaba, me las daba, y yo las servía. A él le parecía divertido que, aparte de la gente que ya lo conocía, todos traerían amigos que no conocían a Joe y que no repararían en él siendo el segundo camarero de la barra. Con sólo imaginárselo, él solito se partía de risa. “¡Espero que vienes alcalde de Granada y me pide una copa mientras preguntándome where the hell that fucking bloody bastard Joe Strummer is!”, se mofaba, muerto de risa. A Joe le encantaban esas pequeñas travesuras: ponerle motes a la gente, pasar desapercibido en un bar escuchando lo que la gente decía de él, ayudar a fregar al camarero de un pub cuando ya habían cerrado. Según leí de Richard Dudanski, que él no me había contado hasta ahora, la última imagen de Strummer que él tiene era ayudando a sacar la basura a una mujer a las seis de la mañana. Pero es que Joe era así: el tío que ayuda a sacar la basura a las seis de la mañana.

Sobre las nueve de la noche, comenzó a llegar la gente. Tengo esa imagen de Joe bajando las escaleras de la casa de Gabriel Contreras, atusándose el pelo, con Gabi, su mujer, detrás, y él con unos horterísimos pantalones de pana blancos, acercándose a mí, que estaba sentado en el jardín de la casa fumándome un cigarrillo, y diciéndome: “Hey, man, let’s be the waiters for the Spanish Party”.

Nos pusimos tras la barra y, poco a poco, fueron llegando todos, los 091, los KGB, nuestros colegas, los colegas de Fernando Romero (Fernando era abogado y llegaban abogados, montones de abogados; Paco Ramírez, el co-mánager de 091, que había sido senador del PSOE en la época de la transición, amigo de Picasso y traía a políticos, amigos de Gaby Contreras, que era médico, y traía médicos… amigos de todo el mundo)… Poco a poco, se iban acercando hasta la barra en la que estábamos Joe y yo de camareros.

-Un whisky con hielo- me pedía alguien.
-Whiskey on the rocks, Pepe -decía yo.
-Ready -decía Joe.
-Un pálido con coca-cola -pedían.
-Pálido-cola, Joe
-Here it is -replicaba Joe, absolutamente disciplinado, obediente, hundiendo las manos hasta los codos en la nevera de los refrescos, abriendo y cerrando botellas.

Entre medias, yo le decía:
-Where, for Heaven’s sake, did you get that white trousers, man???? They’re just horrible!
-I know that -replicaba- But i like it! Spanish ‘pana’. Funny.

Y seguía trajinando con las botellas de whisky, de Gin Larios, de Dyc, de todo… Así nos pasamos como dos horas, bregando de camareros mientras, al otro lado de la fiesta, en otro rincón, Javier García Lapido no paraba de asar chuletas en la barbacoa. De vez en cuando, Javier se acercaba a nuestra barra a pedirnos una cerveza que Joe le entregaba religiosamente. “Javier, necesitas parada por descanso”, le decía Joe. “Ven aquí tras barra con Hasoos and me y descansa un pequeño poquito”. Javier le contestaba: “No, estoy bien. Pero…¡Joder! ¡Cómo come la gente!”.

Teníamos nuestros momentos de relax en que parecía que los invitados se habían cansado de comer y beber, luego volvían a la carga. En esos momentos de relax, Joe se servía un sustancioso trago de Pálido-Cola, me soltaba una sonrisa picaresca y me decía: “Me encanta ser camarero, man. When you’re a waiter, you see the world from a differente angle: the angle of the waiters, the secret of the waiters”. ‘El ángulo de los camareros, el secreto de los camareros’. Magnífica idea para una canción.

Años después, volví a acordarme de la primera ‘Spanish Fiesta’ de Strummer en Las Gabias cuando leí el diario que otro de mis grandes e íntimos amigos, Antonio Muñoz Molina -hoy ultrapremiado, ultragalardonado y todas esas cosas, pero amigo del alma de pies a cabeza- había escrito mientras redactaba su novela ‘El invierno en Lisboa’, uno de los mejores libros que yo jamás he leído. Muñoz Molina escribía en su ‘Diario de ‘El invierno en Lisboa’: “Inquieta pensar que el mayor secreto de nuestra vida está en las manos de otro: tal vez en la confesión a un camarero en una noche de borrachera, tal vez en esa chica a la que le escribí una carta de amor cuando sólo tenía quince años, y ella aún la conserva…”.

El secreto de los camareros… No sé si Joe fue camarero alguna vez, que Richard Dudanski lo confirme, pero creo que sí. Que tuvo que ser camarero o algo, porque, de pronto, en medio de la noche, cuando ya llevábamos horas y horas sirviendo a la gente, Joe se me acercó y me dijo: “Look at her”. Me volví hacia él sin entender lo que decía. El me señaló con los ojos a una chica a lo lejos, guapísima, que parecía estar sola, como despistada en mitad de la fiesta, perdida entre un montón de invitados. Yo miré en la dirección que Joe me indicaba y ví a la chica, guapa, muy interesante.

-What happens with her, Joe? -le pregunté.
-She’s dying for you.- replicó.

Hasta ese momento, yo había estado superocupado sirviendo las bebidas, dándole órdenes a Joe, fijándome en la gente, sirviendo más bebidas. Aquello era una fiesta y los que más estaban llamando la atención eran los 091, que estaban rodeados de gente todo el tiempo. De hecho, ellos iban a ser las estrellas de la noche porque, al final de toda la fiesta, serían quienes se subieran al escenario y tocaran sus canciones para Joe. Él quería ser su productor y ellos querían que Joe los escuchara en directo, como banda, para demostrarle toda la energía que tenía el grupo. Todo el mundo revoloteaba alrededor de los 091 cuando Joe me dijo, detrás de la barra, “Ve a por ella (Go for her)”.

Yo me sorprendí bastante. Yo era el jefe de camareros de Joe Strummer en la fiesta de Joe Strummer. Yo tenía 21 años y era el tío más tímido del mundo. Miré a Joe, miré a la chica, que estaba de espaldas, sola, mirando el agua de la piscina o algo, mirando la luna y fingiendo estar divirtiéndose mucho ella sola.

-Está loca por tí, Jesús -me dijo Joe.- Desde que ha llegado, no ha dejado de mirarte ni un sólo momento. Volví a mirar a la chica, y seguía de espaldas.

-She’s not looking at me, Joe -le dije- Esa chica no me ha mirado ni un sólo segundo.

-Believe me, man -me dijo él- She’s dying for you. Everytime you’re doing something, she’s looking at you. Trust me! Ve a por ella, man. Go for her.

Volví a mirar a la chica. Ella se volvió y paseó su mirada por toda la gente, me encontró, me ignoró, siguió mirando a la gente.

Le dije a Joe que estaba fantaseando, que la chica ni siquiera se había fijado en mí. La chica seguía de espaldas, muy de lejos, mirando la noche. Joe me dijo: “Hagamos una cosa: Ve a por ella, dile ‘hola’, charla con ella y, si en diez minutos no os estáis besando, yo te pagaré 10.000 pesetas. Si vas y os besáis a los diez minutos, algún día tendrás que pagarme 10 cervezas. Y ahora ve”. Salí de la barra. Fui. Le hice un tock-tock en el hombro en plan «Hola» a la chica. Me sonrió. Empezamos a hablar… Diez minutos después estábamos en el jardín trasero de la casa devorándonos. Recuerdo que, durante todo el morreo, oía de fondo la música de 091 en directo. Esa fue la noche en que, tras verlos en directo, Joe corroboraría finalmente su pacto de producción con la banda.

Al final de la noche volvimos la chica y yo de la parte trasera del jardín con Joe y Gabi, su mujer, que estaban agotados. Le dije a Joe: “Ésta es la chica. You win”.

Joe sonrió malévolamente y me dijo: “Nunca dudes de mí, Hasoos. If I tell you: ‘Go for her’, just go for her…”.

Le pregunté en inglés: “¿Y cómo sabes eso?”.

Me respondió: “Porque le he dado muchas vueltas al mundo”.

Y sí, era cierto. Joe, ya en aquella época, le había dado muchas vueltas al mundo…»

Finalizo con dos de mis favoritas de los Clash: una de las más potentes de su discografía White Riot, que fue motivo de disputa entre sus miembros porque Mick Jones no quería tocarla en directo durante una gira,

y otra más melódica pero sin dejar de lado la energía que imprimía el grupo a todo lo que hacía, Death Or Glory.

Las anécdotas hispanas de Joe Strummer (XI)


strummer y radio bemba

Joe Strummer con Manu Chao y Radio Bemba

Estamos llegando a los últimos capítulos de esta colección de anécdotas. Esta es la primera parte del relato de Jesús Arias sobre una fiesta que organizó en Granada el propio Joe Strummer. La historia es absolutamente deliciosa. Y ya veréis cómo termina todo en la segunda entrega. Esperamos que os guste.

CLASH-CUT THE CRAP

Portada de Cut The Crap

“JESÚS, SI HAY UNA FIESTA A GRANADA ESTA NOCHE, ESPÉRATE FOR ME”. Ésa es la dedicatoria que tengo de Joe en la contraportada del disco ‘Cut the crap’ (la cito de memoria, porque el disco debe andar en algún sitio del nuevo apartamento). Significaba: “Jesús, si organizáis alguna fiesta esta noche en Granada, esperadme”. Joe y su castellano…

A Joe le encantaban las fiestas españolas, la ‘juerga’. Eso de salir un día de casa a las once de la noche y volver a las seis de la mañana, o las siete y, sobre todo, pasear por una ciudad a las tres de la mañana y verla llena de gente divirtiéndose, ligando por la calle, parejas besándose en una esquina, chicas borrachas pidiéndole fuego, sin saber quién era, e intentando seducirlo. Como a todos los anglosajones, eso debía sorprenderle muchísimo. Entre mis grandes amigos irlandeses-ingleses que decidieron finalmente vivir en Granada (Fin Costello, que fue el autor de la portada de ‘Made in Japan’, de Deep Purple, ‘Five Miles Out’, de Mike Oldfield o ‘Japan’, de Japan, o Ian Gibson, el mejor biógrafo de Federico García Lorca) siempre se comentaba que España era fascinante por la alegría de la gente, esa fiesta continua que era la noche y la abierta sexualidad de las mujeres, que no se cortan a la hora de mirar, de sonreir o de bailar… A Joe le pasaba exactamente lo mismo: estaba hipnotizado por la vida de Granada. No se podía creer que hubiera una ciudad en el mundo en el que la gente se divirtiera tanto, que hubiera tantísima gente en la calle a las tres de la mañana. De modo que él decidió organizar una “Spanish Fiesta” en casa de Gaby, el Mac Doc, el médico loco.

Curioso: A Gabriel Contreras (a quien pienso convencer para que escriba en ‘ipunkrock’, un radiólogo de los mejores de España, testigo de todo el movimiento punk en el Londres del ‘76) le llamábamos Gaby; la entonces mujer de Joe, una guapísima, rubia y alta chica londinense cuya madre (a la que llegué a conocer) se dedicaba a robar en Supermercados por puro placer (Joe tuvo que sacarla de comisaría más de una vez), se llamaba Gabi (con la que Joe tuvo a sus dos hijas, Jazzy y Lolita) y Gaby vivía en un pueblo granadino (en realidad son dos) llamado Las Gabias. De modo que era todo un juego de palabras cuando Joe me telefoneaba, y se cachondeaba, diciéndome en inglés: “Gabi y yo hemos decidido montar una fiesta contigo en la casa de Gaby en Las Gabias, porque Gabi…” (Gabi and me have decided to make a party in Gabias’ Gaby house ‘cause Gabi…”). Eso, escrito, se lee perfectamente, pero escuchado a través de un teléfono, dicho por Joe a toda velocidad, era una auténtica locura. Yo tenía que decir: “What????”. Y al final, Joe, partiéndose de risa, terminaba entonando: “Gabba, Gabba hey!”, de Los Ramones. Al otro lado del teléfono, oía, a lo lejos, a Gabi partiéndose de risa con los juegos de palabras de Joe, a Joe volviéndome a repetirme el mensaje en inglés complicándolo más aún, para que yo no entendiera absolutamente nada, a Gabi ya tirada por el suelo a carcajada limpia. -Joe: eres un hijo de puta.- Terminaba yo diciendo en español.- ¡Qué hijo de puta eres! -Hijo de puta -repetía Joe- ¡Qué buena palabra, hombre! ¡Tú tienes que enseñarme todo ambiente en cuando decir ‘hijo de puta’. Una vez, bueno, otra vez, malo, muy malo (Quería decir que tenía que enseñarle de qué forma tenía que utilizar la expresión ‘hijo de puta’ para halagar, o ‘hijo de puta’ para insultar… Aquello me requirió días de clase).

Lo que Joe quería era organizar una fiesta en casa de Gaby Contreras, en Las Gabias (un pueblo a 5 kilómetros del centro de Granada), en dónde él y Gabi estaban parando, con la pequeña Jazzy, para agradecerle a todos los amigos del Silbar la manera en que él había sido recibido. Quería que todo el mundo invitara a sus amigos, que aquello se llenara de gente y, sobre todo, poder escuchar a los 091 en directo. No recuerdo la fecha, pero aquello tuvo que ocurrir al principio de la primavera de 1985, porque la fiesta fue al aire libre. Recuerdo que era un sábado, y que Joe me llamó bastante temprano, sobre las once de la mañana, pidiéndome que fuese hasta Las Gabias en autobús para comer en familia (con Gaby, su mujer, Gloria -adorable persona quien, pocos años después, a los 29 años, moriría de un cáncer de pecho- Fernando Romero, hermano de Esperanza y Paloma Romero… Todo muy en familia) y preparar una gran fiesta. Joe también llamó a Javier García Lapido, el manager de 091 y hermano mayor de José Ignacio García Lapido, porque era un hacha en cocinar carne a la brasa en una barbacoa que Gaby (Mac Doctor) tenía cerca de la piscina y porque era un tipo que le caía muy bien. Javier, como siempre nos trató bien a todos los músicos, a los 091, a los TNT, a los KGB, siempre desplegaba una enorme ironía de hermano mayor. Era un tío absolutamente entrañable, sarcástico, irónico, risueño. Su pasión: Los Beatles. Su devoción: el rock. Su trabajo: conseguir que nos pagaran los conciertos. Me gustaría, algún día, escribir algo sobre él, porque, como persona, era la hostia. Si en el grupo Exxon Valdez tocamos la canción ‘Helter Skelter’, de Los Beatles, es gracias a Javier García Lapido. Si la tocamos en la presentación del disco ‘Directo a Nadsat’ (no incluida en la grabación) es por Javier. Y si mi hermano Antonio grabó una maravillosa versión de ‘Helter Skelter’ para el disco ‘Omega’, de Lagartija Nick con Enrique Morente (‘Niña ahogada en un pozo’), fue porque Javier García Lapido siempre nos convenció de que aquélla era la mejor canción de rock jamás escrita. Desgraciadamente, Javier murió en el mismo año que Joe, a los 42 años, el 1 de julio de 2002. La noche anterior había tenido que organizar un concierto de Jamiroquai en Granada y terminó reventado. Se tomó unas cervezas con unos amigos, se fue a casa y, al despertar, sonó el teléfono. Contestó a la llamada. Y se calló para siempre.

Ese mismo Javier apareció, tantos años antes, con una furgoneta cargada de chuletas en la casa de Gaby en la que estaban Gabi y Joe en Las Gabias, Gabba Gabba Hey. También con gente que, en cuestión de una hora, montó un escenario pequeño para que tocaran los 091 aquella misma noche, altavoces, cables, mesa de sonido… Recuerdo que Joe y yo los mirábamos fascinados. Lo hacían todo super-rápido. Joe me comentaba: “They’re really brilliant. I need some kind of people like them for The Clash. Son rápidos, hombre”. Una vez que el equipo estuvo montado, Joe, por primera y única vez que lo ví sobre un escenario, cogió una guitarra, la enchufó, conectó un micro a la mesa, lo enchufó, me miró y me dijo: “Get up here, man. Let’s play”. Me subí, enchufé una de las guitarras que habían traído, le subí el volumen y Joe me preguntó: “¿Qué tocamos?. Le dije: «Around and around». Rolling Stones. Él dijo: Ok. Y nos pusimos a tocar. Y allí estaba yo, tocando con Joe Strummer y sin público. Sólo él y yo. Creo recordar que Javier García Lapido también se animó, enchufó otra guitarra, se subió al escenario y… a tocar. Improvisamos algunas cosas sin nadie que nos viera. El único público que tuvimos aquella tarde fue Gaby Contreras, que si hubiera sido músico, tambien se habría subido. Hablo de las seis de la tarde en primavera…»

Terminamos con la versión de los Rolling Stones del tema de Chuck Berry que improvisaron en aquella fiesta granadina. Continuará…

Las anécdotas hispanas de Joe Strummer (VI)


Nuevo capítulo de la mano una vez más de Jesús Arias que nos desvela dos divertidas anécdotas del miembro de The Clash. El desconocimiento del castellano le jugó malas pasadas a Strummer, algo que queda patente en una de las canciones más famosas del grupo. Y como colofón, su amigo Jesús nos cuenta la genial idea que se le ocurrió a Joe mientras grababan el disco de 091. Sin desperdicio.

1985. Debía ser primavera o así. De la época no me acuerdo. Los 091 estaban grabando las maquetas del LP Más de cien lobos en un estudio granadino, el estudio de Fernando Romero, que estaba en la calle Pasaje de Recogidas, en Granada. Previamente a esas maquetas, durante finales del año anterior y comienzos de 1985, el grupo había estado grabando maquetas de las canciones en el ensayo y, la verdad, es que el trabajo estaba bastante bien. Joe escuchó aquellas cintas, cuando ya todos los acuerdos para que él produjera el disco se habían cerrado, y estaba muy entusiasmado con el proyecto. Tanto, que él quiso empezar a querer ser parte de 091 como uno más. Se puso como loco a estudiar castellano (yo era el que le daba las clases) y a tratar de escribir canciones en español para 091.

Compuso dos que eran deliciosamente desastrosas. Una especie de bulería flamenca-rumba llamada «Tú tienes Londres, tienes París» y otra llamada «La Ferretería», un blues que hablaba «del hombre del chocolate», de «las bellas señoritas», mezclando palabras en castellano y en inglés. Como letrista en castellano, puedo decir que Strummer era uno de los tipos más desastrosos que he conocido: lo mezclaba todo sin sentido. Ya se lo hice ver cuando un día surgió el tema de Should I stay or should I go? y me dijo que estaba muy orgulloso de haber escrito la parte en castellano con un amigo suyo en Londres. Se llevó un chasco cuando le dije que en España nadie se enteraba de lo que estaba cantando. «¿No se entiende ni una sola palabra?», me preguntó alarmado. «Ni una», le contesté yo. Y entonces me hizo una pregunta que me hizo tirarme de espaldas, muerto de risa:

«¿Y en México? ¿Se entiende lo que canto en México?».

Al final, cuando terminé de reír, le dije que no, que tampoco en México.

Un día le llevé una adaptación en castellano de Should I stay or should I go?, la leyó, me dió un abrazo, me dijo: «Muchas gracias, amigo», y se la guardó en el bolsillo como si fuera un tesoro. A todos los colegas ingleses que se fue encontrando a su vuelta a Londres, según me contaría después, les decía que ya tenía la letra de Should I stay or should I go? en «correct Spanish», como si alguien le hubiera descifrado un jeroglífico.

Eso le animó mucho a aplicarse mucho en las clases que yo le daba de castellano y a esforzarse bastante. Llegó a dominar muchos giros en español, a soltar «hijo de puta» como si fuera del Sacromonte y cosas así. También le animó a intentar a hacer sus pinitos poéticos como letrista…

El resultado fueron esas dos «joyas» que escribió para 091 y que están grabadas. Yo tuve copia de esas cintas durante mucho tiempo, pero debí prestárselas a alguien y no sé por dónde andarán. Pero seguro que Tacho (batería), que era el gran recopilador del material de 091, como José Antonio (cantante) o Lapido (guitarra) deben tener por ahí. Sería espléndido que las sacaran. Como canciones son un desastre, unas simples maquetillas. Como documento histórico tienen su cosa.

Recuerdo el día que se grabaron en el estudio de Fernando Romero. El grupo llevaba bastantes días acumulando mucha tensión por toda la grabación «seria» de las maquetas, es decir, canciones como Cuando pierdo el equilibrio (que, en versión de 091, iba a toda leche y que luego Joe, en los estudios de Madrid, obligaría a rebajar de velocidad hasta llegar, como él dijo, «al feeling de Honky Tonk Women»), «Blues para olvidar», En la calle

Al final de una de esas intensas sesiones, decidieron grabar las dos canciones de Joe. Lo hicieron con «sonido directo», es decir, con todo el mundo grabando al mismo tiempo y los micros abiertos por toda la sala. «Tú tienes Londres, tienes París» tiene una introducción flamenca en guitarra acústica, y José Antonio se arrancaba a cantar como un cantaor flamenco. Tacho, Joe y yo éramos los palmeros: ta-ta…ta. ta-ta…ta, y todos en general hacíamos los coros:

«Tú tienes Londres, tienes París
y yo me voy con el ejército del Cid»…

La letra (de la que no me acuerdo) no tenía desperdicio en cuanto a despropósitos lingüísticos. Pero, reírnos, nos reímos lo nuestro aquel día.

Luego, el grupo grabó «La Ferretería», en la que Joe contaba cómo trataba de pillar chocolate en las calles de Granada y se iba confundiendo de sitios hasta terminar en una ferretería. Era algo así. Ahí él cantaba como segunda voz y coros en los estribillos. Otro delicioso desastre.

Pero el tío era genial. Los 091 deben acordarse de esto como si lo hubieran vivido ayer.

Al término de unas grabaciones (no sabría decir si fue esta, o fue otro día, porque estuve asistiendo a la grabación de las maquetas durante casi todos los días) a Joe se le ocurrió una idea genial: terminar un tema con el sonido estrepitoso de una persiana metálica cayendo de golpe.

A él le había fascinado mucho ver cómo los talleres mecánicos, algunos comercios, muchas tiendas, tenían persianas metálicas que hacían rodar hacia abajo estrepitosamente hasta que chocaban contra el suelo. Y luego les ponían candados. Cosas así, las persianas metálicas, el sonido de las cortinas de tiras de plástico de los bares del Sacromonte, le sorprendían mucho. Lo tenían fascinado.

Como el estudio de Fernando Romero tenía una persiana metálica, se le ocurrió la idea de grabar su sonido cayendo y luego haciendo Chhhhhaaaaassssss! contra el suelo.

El estudio tenía dos plantas, la primera, que estaba a ras de la calle, y el sótano, que estaba absolutamente acolchado para las grabaciones. Joe explicó lo que quería hacer: grabar, desde el sótano, el sonido de la persiana metálica de la entrada, que estaba, por cierto, bastante lejos de los micrófonos más cercanos. Pero se intentó.

Fue el mismo Joe el que subió escaleras arriba, atravesó el vestíbulo, se enganchó a la persiana metálica y la cerró de golpe.

Los micros grabaron un sonido lejísimo y apenas perceptible. Joe atravesó el vestíbulo, bajó las escaleras, escuchó la grabación y dijo: «Se tiene que oír más fuerte. I need it louder, much more loud than this». Volvió a subir las escaleras, atravesar el vestíbulo, subir la persiana, engancharse a ella y bajarla estrepitosamente.

Abajo sonó un poco más fuerte, pero no mucho más.

Vuelta a subir las escaleras, atravesar el vestíbulo, engancharse a la persiana. Y esta vez sí: nosotros, que estábamos abajo, oímos un estrépito alucinante a través de los altavoces, chasquidos metálicos, cosas que caen.

«¡Fantástico!», le dijo alguien a Fernando Romero, el ingeniero.

Entonces apareció Joe escaleras abajo: «Lo siento, Fernando», dijo. «Creo que acabo de destrozar tu puerta».

Efectivamente: subimos, y allí estaba la persiana metálica, desencajada, tirada en medio de la calle. Joe había tirado con tal fuerza de ella, que la había desencajado de las guías y la puerta había ido dando tumbos hasta quedar en medio de la calle.

«Dime cuánto te debo por esto, Fernando», le preguntó Joe como un cordero. «Lo siento, I’m really sorry for this».

Aquella noche nos reímos todos como locos en El Silbar.

Finalizo este capítulo con una actuación en televisión de 091 tocando un playback de Cuando pierdo el equilibrio.

Las anécdotas hispanas de Joe Strummer (IV)


joestrummer_chica_cocheHacemos un alto en las confidencias de Jesús Arias (bajo el seudónimo ExxonValdez sacadas de este hilo) para incluir un texto escrito por Santiago Auserón sobre su relación con Joe Strummer. Un texto que merece la pena desde el principo hasta el final. El líder Radio Futura, uno de los grupos más importantes de la movida madrileña, nos cuenta cómo conoció a Joe Strummer y varias anécdotas que figuran entre las mejores de todo su repertorio. Sobre una de ellas, la compra de un Dodge Dart del que se quedó prendado Strummer, Auserón no lo dice pero fue él quién le prestó 150.000 ptas para que lo comprara. Un coche que Joe le tuvo mucho cariño y que al irse a Londres precipitadamente porque su mujer se había puesto de parto, dejó en un parking de Madrid. Ya no lo pudo recuperar porque no recordaba dónde lo había dejado. Esta pérdida la tenía muy presente y a la mínima ocasión pedía ayuda por si alguien sabía dónde estaba. Una vez pasó algo gracioso. En el festival de Glastonbury de 1998 un reportero de Radio 3 le reconoció y le hizo una entrevista allí mismo. Strummer ni corto ni perezoso aprovechó la oportunidad para solicitar en antena la ayuda de los oyentes por si alguien sabía algo de su coche. Genio y figura.

«Al otro lado del hilo telefónico escucho una tarde de diciembre de 1985 la voz calurosa de un inglés que se hace llamar Joe Strummer, “el Rascador”. Quedamos en un bar cerca de la plaza de Roma de Madrid. Su presencia tiene la misma temperatura que su voz, una extraña mezcla de inquietud y control.

Pese al exceso de interés mal disimulado por mi parte, producto de su trabajo con un grupo de rock convertido en leyenda, logramos en poco rato conectar en torno a algunas claves, gracias a su manera de entender las canciones como arte callejero y proyección del deseo comunitario.

Intento explicarle mi idea del nuevo rock hispano y la conexión con el trabajo de los Clash. Adopta una expresión fascinada, con cierto halo de celuloide, pero se mantiene amistoso y cercano. Strummer lleva unos días deambulando por Madrid, trabajando con el grupo granadino 091, siguiendo un rastro de poesía lorquiana, tras haber medido el pulso de la gloria mediática.

A partir de la segunda cita el tono se vuelve confidencial: “Mi reputación en Londres, dice, no puede estar más baja.” Parece un apátrida exiliado del Imperio por su propia obstinación, pero no deja de ser un gentleman altivo. Nació en Ankara, hijo de diplomático inglés y madre escocesa, de las Highlands. Tiene ojos verdes de rebeldía ingenua y demoniaca. Vivió de niño en la ciudad de México. Amante puritano de los mitos del cine, rockero y activista, pistolero emocional, Joe no huye de su estrella torcida. Se pasea por Madrid con una bolsa roja que dice: “Clash”, como quien maneja las riendas del caballo de los sueños infantiles.

Se hace entender en los bares de barrio en un español balbuceante, aunque directo y preciso en sus intenciones. A última hora se acoda en la barra del King Creole, en actitud de mito accesible que no oculta su vulnerabilidad. Perfecto prototipo rockero, afronta la mirada atónita de los que se dan con él de bruces.

Suenan canciones de Lee Dorsey y Julie London. De vez en cuando, con gesto peliculero y brumoso, Joe se concentra en su libreta de notas, ávido por captar destellos de calles nuevas para sus ojos, o quizá fantasmas de la ciudad que dejó atrás. Unos y otros juegan a huir de la punta de su lápiz. Entoces Joe cuenta cómo conocio a Lee Dorsey en Nueva Orleáns: dirigía un taller mecánico, después de haber estado en lo más alto de las listas, y llevaba un revólver escondido en la bota.

Si un asomo de cansancio aflora en quienes le acompañamos en su peregrinación nocturna, Joe dibuja su gesto favorito: bajando un poco la cabeza, sesgando la mirada, apretando los puños, con un rictus en los labios que denota coraje y orgullo. Es puro teatro, pero nos hace reir y recobrar fuerzas.

Discutimos sin parar: él defiende el prestigio inmaculado de los santos del siglo de la imagen que surcan el firmamento como estrellas fugaces. Yo intento esbozar con lengua de trapo una ética del rock distinta a la herencia del cine. Por dudosa que resulte su película, su andar con la solapa levantada despide luz por las calles de Madrid. Una estrella callejera solamente puede acabar en mala estrella, ya se sabe.

Joe cultiva una especie de bohemia de lujo, no por despilfarro monetario incompatible con su vena escocesa, sino por lo pulido y escueto de su pose. Dicen que a veces pasa la noche entera en el estudio, durmiendo un rato debajo de la mesa de mezclas. A veces es obvio que se regocija en la incertidumbre. Pero de la estética del caos sólo queda un cerebro cansado de tensión. No hay drogas duras, no hay descontrol. Pasa la noche lenta y metódicamente en los bares de Malasaña, a base de cerveza y porros. Su mujer está a punto de dar a luz su segundo hijo en Londres.

Por mi parte trato de llevar con humor el careo con su actitud derrotista, que me pone algo nervioso. Pero él aguanta la derrota hasta altas horas de la madrugada y en cambio mi optimismo se desparrama por el suelo en cuanto rebaso cierto límite de alcohol.

El guitarista Mick Jones consigue aceptación con Big Audio Dynamite, después de haber sido expulsado de los Clash por el propio Joe, quien ahora no sabe si retomar el grupo o apostar por su carrera en solitario. El último álbum de los Clash sin Mick Jones es flojo, decadente, oportunista, manipulado por los intereses del negocio. ¿Cuándo se puede decir que la historia de un grupo de rock ha terminado? En cuanto se insinúa la duda acerca de lo que aporta cada uno. Un grupo de rock es un magma delicado y enigmático.

Durante los últimos días que pasamos juntos, Joe lleva su drama casi hasta el paroxismo. A través de la reja de una ventana abierta en la oficina de la calle México, sentado sobre el capó de un coche, nos saluda una tarde anunciando que su suerte va inevitablemente a peor. El disco que produce se inclina hacia el desastre, no tiene chica con quien salir y, para colmo de males, el coche que quería comprar ha desaparecido. Era un viejo Dodge Dart abandonado cerca del estudio de grabación. La mitología entera del rock se desmorona. Pero me viene a la cabeza que Chiqui Abril, de la galería Buades, amigo y vecino, tiene aparcado a la puerta de casa un Dodge plateado en aceptable estado de conservación, del que se quiere deshacer por poco dinero.

Joe desaparece unos días, nadie conoce su paradero. Ha habido problemas en el estudio y ha abandonado la grabación. Un día suena el teléfono y su tono de laconismo dramático me comunica que está desesperado: “realmente necesito un dodge” (que en inglés significa un regate o una argucia).

Tras varios días bordeando el delirio, Joe reaparece una noche fresco y radiante, impecablemente vestido de rojo, con el tupé bien alto. Lleva una placa militar con el nombre de su mujer colgada al cuello. Con extrema seriedad me vuelve a hablar del Dodge y me pregunta si creo que está loco. Le contesto que tal vez lo esté, pero que le vamos a conseguir un Dodge.

Los Radio Futura en pleno le acompañamos a la compañía de discos, donde Joe quiere renegociar las condiciones para terminar la producción. Mientras esperamos en recepción guardamos una especie de silencio solidario y militante. De pronto se abre la puerta de la sala de reuniones y salen varios ejecutivos en torno a un abrigo de pieles blancas, desde el que una dama morena alarga una mano que sostiene un cigarrillo sin encender. Joe saca rápidamente su mechero del bolsillo y apuntando hacia ella da un brinco gritando: “Paquirri´s widow!” La mismísima Pantoja, viuda de Paquirri, sí señor. Joe Strummer le da fuego y ella sigue su camino echando humo, sin preguntar quién es aquél vaquero galante.
Unos días después, durante una remezcla en Londres, nos enteramos de que el Dodge de Joe Strummer va rascando las esquinas del centro de Madrid con estruendo de hojalata. Lo llama “El Monstruo”. Cuando volvemos a Madrid, Joe se instala en casa de Luis, bajista de Radio Futura. Duerme vestido encima de la cama, por la mañana, tres o cuatro horas. Ya por la tarde, antes de salir de nuevo a vagar toda la noche, se acicala y se sienta, –cuenta Luis– a fumar, mirando muy serio cómo da vueltas su ropa en la lavadora.»

Santiago Auserón bajo su nombre artístico Juan Perro ha adelantado 4 maquetas del que será su nuevo disco. Una de ellas se titula «José Rasca» y es un homenaje a Joe Strummer. En su myspace podéis oirla y en este enlace os la podéis descargar.