Parecía que nunca iba a llegar el final pero desgraciadamente así es. Este es el último capítulo de la colección de anécdotas de Joe Strummer que hemos ido publicando periódicamente. Gracias a los interesantísimos testimonios de su amigo granadino Jesús Arias en el foro ipunkrock, hemos ido conociendo un poco más al músico anglosajón. Como colofón final, os dejamos con la segunda parte del relato de la fiesta granadina en la que Joe Strummer pasó de ser el organizador a ejercer otro oficio que por lo visto no se le daba nada mal. Un gran broche final para un tío que dejó un recuerdo imborrable en aquellos que le conocieron.
JOE STRUMMER, In memoriam (1952-2002).

Joe Strummer
«Joe quería hacer una gran fiesta en las Gabias Gabbia Gabbia Hey y aquélla fue la primera de una de tantas que, a lo largo de las siguientes semanas, meses y años, se irían organizando en casa de Gabriel Contreras y Fernando Romero (ambas familias compartían una especie de pequeña mansión con un camino de entrada bordeado por cipreses, jardines, un enorme chalet de dos plantas, muy amplio, piscina y demás: lo que hoy se entendería como una ‘villa’). No sé por qué, pero esta fiesta resultaba muy importante para Joe. Quería conocer a toda la gente interesante de Granada, conocer más gente fuera del círculo que se había formado con sus amigos del ‘Silbar’ y, sobre todo, conocer gente interesante.
Como bien decía Richard Dudanski, una de las grandes cualidades de Joe Strummer es que era un tío al que le encantaba servir a los demás, comunicarse de tú a tú con la gente de la calle, dedicarle tiempo a una buena conversación con un vagabundo de metro o con el camarero de un bar. Jamás, en todo el tiempo en que yo lo conocí, se mostró displicente con nadie, soberbio o despectivo. A lo largo de mi vida he conocido a ‘estrellas’ de algo, cine, televisión, música, que eran cien mil veces más humildes que ‘supuestas’ estrellas locales de algún sitio que te miraban de arriba a abajo porque eran ídolos en su barrio o en su ciudad. Joe Strummer, Peter Gabriel o Andy García, por mencionar sólo esos tres nombres con información de primera mano, le daría hoy mil vueltas, en mi currículum personal de amistades, a gente como Alaska o Loquillo. Pero bueno, ésa es mi apreciación personal.
Antes de que comenzara la fiesta, Joe tuvo una decisión bastante extraña, curiosa y simpática. “Ok, Hasoos (que era la forma en que él pronunciaba mi nombre cuando quería decirme algo en serio: “Jesús”… Cuando quería decirme algo en plan jocoso o divertido, me llamaba “Yisses” o “Jesus” en inglés… Le hacía mucha gracia que yo me llamara Jesús, que para un inglés es como llamarse “Dios” o “Júpiter” o algo así). Tonight you and me are going to be the waiters for all the people. «Do you want to be a waiter with me, man?”. Quería que los dos fuéramos los camareros de la fiesta, que nos pusiésemos detrás de la barra metálica que ya habían instalado al lado de la entrada de la casa. Yo quería ser el puto camarero que servía las bebidas a toda la gente. Le dije que sí, que sería divertido.
La idea era que yo atendía la barra y todas las peticiones de la gente, y le traducía a Joe las bebidas que me pedían, Joe las preparaba, me las daba, y yo las servía. A él le parecía divertido que, aparte de la gente que ya lo conocía, todos traerían amigos que no conocían a Joe y que no repararían en él siendo el segundo camarero de la barra. Con sólo imaginárselo, él solito se partía de risa. “¡Espero que vienes alcalde de Granada y me pide una copa mientras preguntándome where the hell that fucking bloody bastard Joe Strummer is!”, se mofaba, muerto de risa. A Joe le encantaban esas pequeñas travesuras: ponerle motes a la gente, pasar desapercibido en un bar escuchando lo que la gente decía de él, ayudar a fregar al camarero de un pub cuando ya habían cerrado. Según leí de Richard Dudanski, que él no me había contado hasta ahora, la última imagen de Strummer que él tiene era ayudando a sacar la basura a una mujer a las seis de la mañana. Pero es que Joe era así: el tío que ayuda a sacar la basura a las seis de la mañana.
Sobre las nueve de la noche, comenzó a llegar la gente. Tengo esa imagen de Joe bajando las escaleras de la casa de Gabriel Contreras, atusándose el pelo, con Gabi, su mujer, detrás, y él con unos horterísimos pantalones de pana blancos, acercándose a mí, que estaba sentado en el jardín de la casa fumándome un cigarrillo, y diciéndome: “Hey, man, let’s be the waiters for the Spanish Party”.
Nos pusimos tras la barra y, poco a poco, fueron llegando todos, los 091, los KGB, nuestros colegas, los colegas de Fernando Romero (Fernando era abogado y llegaban abogados, montones de abogados; Paco Ramírez, el co-mánager de 091, que había sido senador del PSOE en la época de la transición, amigo de Picasso y traía a políticos, amigos de Gaby Contreras, que era médico, y traía médicos… amigos de todo el mundo)… Poco a poco, se iban acercando hasta la barra en la que estábamos Joe y yo de camareros.
-Un whisky con hielo- me pedía alguien.
-Whiskey on the rocks, Pepe -decía yo.
-Ready -decía Joe.
-Un pálido con coca-cola -pedían.
-Pálido-cola, Joe
-Here it is -replicaba Joe, absolutamente disciplinado, obediente, hundiendo las manos hasta los codos en la nevera de los refrescos, abriendo y cerrando botellas.Entre medias, yo le decía:
-Where, for Heaven’s sake, did you get that white trousers, man???? They’re just horrible!
-I know that -replicaba- But i like it! Spanish ‘pana’. Funny.Y seguía trajinando con las botellas de whisky, de Gin Larios, de Dyc, de todo… Así nos pasamos como dos horas, bregando de camareros mientras, al otro lado de la fiesta, en otro rincón, Javier García Lapido no paraba de asar chuletas en la barbacoa. De vez en cuando, Javier se acercaba a nuestra barra a pedirnos una cerveza que Joe le entregaba religiosamente. “Javier, necesitas parada por descanso”, le decía Joe. “Ven aquí tras barra con Hasoos and me y descansa un pequeño poquito”. Javier le contestaba: “No, estoy bien. Pero…¡Joder! ¡Cómo come la gente!”.
Teníamos nuestros momentos de relax en que parecía que los invitados se habían cansado de comer y beber, luego volvían a la carga. En esos momentos de relax, Joe se servía un sustancioso trago de Pálido-Cola, me soltaba una sonrisa picaresca y me decía: “Me encanta ser camarero, man. When you’re a waiter, you see the world from a differente angle: the angle of the waiters, the secret of the waiters”. ‘El ángulo de los camareros, el secreto de los camareros’. Magnífica idea para una canción.
Años después, volví a acordarme de la primera ‘Spanish Fiesta’ de Strummer en Las Gabias cuando leí el diario que otro de mis grandes e íntimos amigos, Antonio Muñoz Molina -hoy ultrapremiado, ultragalardonado y todas esas cosas, pero amigo del alma de pies a cabeza- había escrito mientras redactaba su novela ‘El invierno en Lisboa’, uno de los mejores libros que yo jamás he leído. Muñoz Molina escribía en su ‘Diario de ‘El invierno en Lisboa’: “Inquieta pensar que el mayor secreto de nuestra vida está en las manos de otro: tal vez en la confesión a un camarero en una noche de borrachera, tal vez en esa chica a la que le escribí una carta de amor cuando sólo tenía quince años, y ella aún la conserva…”.
El secreto de los camareros… No sé si Joe fue camarero alguna vez, que Richard Dudanski lo confirme, pero creo que sí. Que tuvo que ser camarero o algo, porque, de pronto, en medio de la noche, cuando ya llevábamos horas y horas sirviendo a la gente, Joe se me acercó y me dijo: “Look at her”. Me volví hacia él sin entender lo que decía. El me señaló con los ojos a una chica a lo lejos, guapísima, que parecía estar sola, como despistada en mitad de la fiesta, perdida entre un montón de invitados. Yo miré en la dirección que Joe me indicaba y ví a la chica, guapa, muy interesante.
-What happens with her, Joe? -le pregunté.
-She’s dying for you.- replicó.Hasta ese momento, yo había estado superocupado sirviendo las bebidas, dándole órdenes a Joe, fijándome en la gente, sirviendo más bebidas. Aquello era una fiesta y los que más estaban llamando la atención eran los 091, que estaban rodeados de gente todo el tiempo. De hecho, ellos iban a ser las estrellas de la noche porque, al final de toda la fiesta, serían quienes se subieran al escenario y tocaran sus canciones para Joe. Él quería ser su productor y ellos querían que Joe los escuchara en directo, como banda, para demostrarle toda la energía que tenía el grupo. Todo el mundo revoloteaba alrededor de los 091 cuando Joe me dijo, detrás de la barra, “Ve a por ella (Go for her)”.
Yo me sorprendí bastante. Yo era el jefe de camareros de Joe Strummer en la fiesta de Joe Strummer. Yo tenía 21 años y era el tío más tímido del mundo. Miré a Joe, miré a la chica, que estaba de espaldas, sola, mirando el agua de la piscina o algo, mirando la luna y fingiendo estar divirtiéndose mucho ella sola.
-Está loca por tí, Jesús -me dijo Joe.- Desde que ha llegado, no ha dejado de mirarte ni un sólo momento. Volví a mirar a la chica, y seguía de espaldas.
-She’s not looking at me, Joe -le dije- Esa chica no me ha mirado ni un sólo segundo.
-Believe me, man -me dijo él- She’s dying for you. Everytime you’re doing something, she’s looking at you. Trust me! Ve a por ella, man. Go for her.
Volví a mirar a la chica. Ella se volvió y paseó su mirada por toda la gente, me encontró, me ignoró, siguió mirando a la gente.
Le dije a Joe que estaba fantaseando, que la chica ni siquiera se había fijado en mí. La chica seguía de espaldas, muy de lejos, mirando la noche. Joe me dijo: “Hagamos una cosa: Ve a por ella, dile ‘hola’, charla con ella y, si en diez minutos no os estáis besando, yo te pagaré 10.000 pesetas. Si vas y os besáis a los diez minutos, algún día tendrás que pagarme 10 cervezas. Y ahora ve”. Salí de la barra. Fui. Le hice un tock-tock en el hombro en plan «Hola» a la chica. Me sonrió. Empezamos a hablar… Diez minutos después estábamos en el jardín trasero de la casa devorándonos. Recuerdo que, durante todo el morreo, oía de fondo la música de 091 en directo. Esa fue la noche en que, tras verlos en directo, Joe corroboraría finalmente su pacto de producción con la banda.
Al final de la noche volvimos la chica y yo de la parte trasera del jardín con Joe y Gabi, su mujer, que estaban agotados. Le dije a Joe: “Ésta es la chica. You win”.
Joe sonrió malévolamente y me dijo: “Nunca dudes de mí, Hasoos. If I tell you: ‘Go for her’, just go for her…”.
Le pregunté en inglés: “¿Y cómo sabes eso?”.
Me respondió: “Porque le he dado muchas vueltas al mundo”.
Y sí, era cierto. Joe, ya en aquella época, le había dado muchas vueltas al mundo…»
Finalizo con dos de mis favoritas de los Clash: una de las más potentes de su discografía White Riot, que fue motivo de disputa entre sus miembros porque Mick Jones no quería tocarla en directo durante una gira,
y otra más melódica pero sin dejar de lado la energía que imprimía el grupo a todo lo que hacía, Death Or Glory.
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