Las anécdotas hispanas de Joe Strummer (XII)


Parecía que nunca iba a llegar el final pero desgraciadamente así es. Este es el último capítulo de la colección de anécdotas de Joe Strummer que hemos ido publicando periódicamente. Gracias a los interesantísimos testimonios de su amigo granadino Jesús Arias en el foro ipunkrock, hemos ido conociendo un poco más al músico anglosajón. Como colofón final, os dejamos con la segunda parte del relato de la fiesta granadina en la que Joe Strummer pasó de ser el organizador a ejercer otro oficio que por lo visto no se le daba nada mal. Un gran broche final para un tío que dejó un recuerdo imborrable en aquellos que le conocieron.

JOE STRUMMER, In memoriam (1952-2002).

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Joe Strummer

«Joe quería hacer una gran fiesta en las Gabias Gabbia Gabbia Hey y aquélla fue la primera de una de tantas que, a lo largo de las siguientes semanas, meses y años, se irían organizando en casa de Gabriel Contreras y Fernando Romero (ambas familias compartían una especie de pequeña mansión con un camino de entrada bordeado por cipreses, jardines, un enorme chalet de dos plantas, muy amplio, piscina y demás: lo que hoy se entendería como una ‘villa’). No sé por qué, pero esta fiesta resultaba muy importante para Joe. Quería conocer a toda la gente interesante de Granada, conocer más gente fuera del círculo que se había formado con sus amigos del ‘Silbar’ y, sobre todo, conocer gente interesante.

Como bien decía Richard Dudanski, una de las grandes cualidades de Joe Strummer es que era un tío al que le encantaba servir a los demás, comunicarse de tú a tú con la gente de la calle, dedicarle tiempo a una buena conversación con un vagabundo de metro o con el camarero de un bar. Jamás, en todo el tiempo en que yo lo conocí, se mostró displicente con nadie, soberbio o despectivo. A lo largo de mi vida he conocido a ‘estrellas’ de algo, cine, televisión, música, que eran cien mil veces más humildes que ‘supuestas’ estrellas locales de algún sitio que te miraban de arriba a abajo porque eran ídolos en su barrio o en su ciudad. Joe Strummer, Peter Gabriel o Andy García, por mencionar sólo esos tres nombres con información de primera mano, le daría hoy mil vueltas, en mi currículum personal de amistades, a gente como Alaska o Loquillo. Pero bueno, ésa es mi apreciación personal.

Antes de que comenzara la fiesta, Joe tuvo una decisión bastante extraña, curiosa y simpática. “Ok, Hasoos (que era la forma en que él pronunciaba mi nombre cuando quería decirme algo en serio: “Jesús”… Cuando quería decirme algo en plan jocoso o divertido, me llamaba “Yisses” o “Jesus” en inglés… Le hacía mucha gracia que yo me llamara Jesús, que para un inglés es como llamarse “Dios” o “Júpiter” o algo así). Tonight you and me are going to be the waiters for all the people. «Do you want to be a waiter with me, man?”. Quería que los dos fuéramos los camareros de la fiesta, que nos pusiésemos detrás de la barra metálica que ya habían instalado al lado de la entrada de la casa. Yo quería ser el puto camarero que servía las bebidas a toda la gente. Le dije que sí, que sería divertido.

La idea era que yo atendía la barra y todas las peticiones de la gente, y le traducía a Joe las bebidas que me pedían, Joe las preparaba, me las daba, y yo las servía. A él le parecía divertido que, aparte de la gente que ya lo conocía, todos traerían amigos que no conocían a Joe y que no repararían en él siendo el segundo camarero de la barra. Con sólo imaginárselo, él solito se partía de risa. “¡Espero que vienes alcalde de Granada y me pide una copa mientras preguntándome where the hell that fucking bloody bastard Joe Strummer is!”, se mofaba, muerto de risa. A Joe le encantaban esas pequeñas travesuras: ponerle motes a la gente, pasar desapercibido en un bar escuchando lo que la gente decía de él, ayudar a fregar al camarero de un pub cuando ya habían cerrado. Según leí de Richard Dudanski, que él no me había contado hasta ahora, la última imagen de Strummer que él tiene era ayudando a sacar la basura a una mujer a las seis de la mañana. Pero es que Joe era así: el tío que ayuda a sacar la basura a las seis de la mañana.

Sobre las nueve de la noche, comenzó a llegar la gente. Tengo esa imagen de Joe bajando las escaleras de la casa de Gabriel Contreras, atusándose el pelo, con Gabi, su mujer, detrás, y él con unos horterísimos pantalones de pana blancos, acercándose a mí, que estaba sentado en el jardín de la casa fumándome un cigarrillo, y diciéndome: “Hey, man, let’s be the waiters for the Spanish Party”.

Nos pusimos tras la barra y, poco a poco, fueron llegando todos, los 091, los KGB, nuestros colegas, los colegas de Fernando Romero (Fernando era abogado y llegaban abogados, montones de abogados; Paco Ramírez, el co-mánager de 091, que había sido senador del PSOE en la época de la transición, amigo de Picasso y traía a políticos, amigos de Gaby Contreras, que era médico, y traía médicos… amigos de todo el mundo)… Poco a poco, se iban acercando hasta la barra en la que estábamos Joe y yo de camareros.

-Un whisky con hielo- me pedía alguien.
-Whiskey on the rocks, Pepe -decía yo.
-Ready -decía Joe.
-Un pálido con coca-cola -pedían.
-Pálido-cola, Joe
-Here it is -replicaba Joe, absolutamente disciplinado, obediente, hundiendo las manos hasta los codos en la nevera de los refrescos, abriendo y cerrando botellas.

Entre medias, yo le decía:
-Where, for Heaven’s sake, did you get that white trousers, man???? They’re just horrible!
-I know that -replicaba- But i like it! Spanish ‘pana’. Funny.

Y seguía trajinando con las botellas de whisky, de Gin Larios, de Dyc, de todo… Así nos pasamos como dos horas, bregando de camareros mientras, al otro lado de la fiesta, en otro rincón, Javier García Lapido no paraba de asar chuletas en la barbacoa. De vez en cuando, Javier se acercaba a nuestra barra a pedirnos una cerveza que Joe le entregaba religiosamente. “Javier, necesitas parada por descanso”, le decía Joe. “Ven aquí tras barra con Hasoos and me y descansa un pequeño poquito”. Javier le contestaba: “No, estoy bien. Pero…¡Joder! ¡Cómo come la gente!”.

Teníamos nuestros momentos de relax en que parecía que los invitados se habían cansado de comer y beber, luego volvían a la carga. En esos momentos de relax, Joe se servía un sustancioso trago de Pálido-Cola, me soltaba una sonrisa picaresca y me decía: “Me encanta ser camarero, man. When you’re a waiter, you see the world from a differente angle: the angle of the waiters, the secret of the waiters”. ‘El ángulo de los camareros, el secreto de los camareros’. Magnífica idea para una canción.

Años después, volví a acordarme de la primera ‘Spanish Fiesta’ de Strummer en Las Gabias cuando leí el diario que otro de mis grandes e íntimos amigos, Antonio Muñoz Molina -hoy ultrapremiado, ultragalardonado y todas esas cosas, pero amigo del alma de pies a cabeza- había escrito mientras redactaba su novela ‘El invierno en Lisboa’, uno de los mejores libros que yo jamás he leído. Muñoz Molina escribía en su ‘Diario de ‘El invierno en Lisboa’: “Inquieta pensar que el mayor secreto de nuestra vida está en las manos de otro: tal vez en la confesión a un camarero en una noche de borrachera, tal vez en esa chica a la que le escribí una carta de amor cuando sólo tenía quince años, y ella aún la conserva…”.

El secreto de los camareros… No sé si Joe fue camarero alguna vez, que Richard Dudanski lo confirme, pero creo que sí. Que tuvo que ser camarero o algo, porque, de pronto, en medio de la noche, cuando ya llevábamos horas y horas sirviendo a la gente, Joe se me acercó y me dijo: “Look at her”. Me volví hacia él sin entender lo que decía. El me señaló con los ojos a una chica a lo lejos, guapísima, que parecía estar sola, como despistada en mitad de la fiesta, perdida entre un montón de invitados. Yo miré en la dirección que Joe me indicaba y ví a la chica, guapa, muy interesante.

-What happens with her, Joe? -le pregunté.
-She’s dying for you.- replicó.

Hasta ese momento, yo había estado superocupado sirviendo las bebidas, dándole órdenes a Joe, fijándome en la gente, sirviendo más bebidas. Aquello era una fiesta y los que más estaban llamando la atención eran los 091, que estaban rodeados de gente todo el tiempo. De hecho, ellos iban a ser las estrellas de la noche porque, al final de toda la fiesta, serían quienes se subieran al escenario y tocaran sus canciones para Joe. Él quería ser su productor y ellos querían que Joe los escuchara en directo, como banda, para demostrarle toda la energía que tenía el grupo. Todo el mundo revoloteaba alrededor de los 091 cuando Joe me dijo, detrás de la barra, “Ve a por ella (Go for her)”.

Yo me sorprendí bastante. Yo era el jefe de camareros de Joe Strummer en la fiesta de Joe Strummer. Yo tenía 21 años y era el tío más tímido del mundo. Miré a Joe, miré a la chica, que estaba de espaldas, sola, mirando el agua de la piscina o algo, mirando la luna y fingiendo estar divirtiéndose mucho ella sola.

-Está loca por tí, Jesús -me dijo Joe.- Desde que ha llegado, no ha dejado de mirarte ni un sólo momento. Volví a mirar a la chica, y seguía de espaldas.

-She’s not looking at me, Joe -le dije- Esa chica no me ha mirado ni un sólo segundo.

-Believe me, man -me dijo él- She’s dying for you. Everytime you’re doing something, she’s looking at you. Trust me! Ve a por ella, man. Go for her.

Volví a mirar a la chica. Ella se volvió y paseó su mirada por toda la gente, me encontró, me ignoró, siguió mirando a la gente.

Le dije a Joe que estaba fantaseando, que la chica ni siquiera se había fijado en mí. La chica seguía de espaldas, muy de lejos, mirando la noche. Joe me dijo: “Hagamos una cosa: Ve a por ella, dile ‘hola’, charla con ella y, si en diez minutos no os estáis besando, yo te pagaré 10.000 pesetas. Si vas y os besáis a los diez minutos, algún día tendrás que pagarme 10 cervezas. Y ahora ve”. Salí de la barra. Fui. Le hice un tock-tock en el hombro en plan «Hola» a la chica. Me sonrió. Empezamos a hablar… Diez minutos después estábamos en el jardín trasero de la casa devorándonos. Recuerdo que, durante todo el morreo, oía de fondo la música de 091 en directo. Esa fue la noche en que, tras verlos en directo, Joe corroboraría finalmente su pacto de producción con la banda.

Al final de la noche volvimos la chica y yo de la parte trasera del jardín con Joe y Gabi, su mujer, que estaban agotados. Le dije a Joe: “Ésta es la chica. You win”.

Joe sonrió malévolamente y me dijo: “Nunca dudes de mí, Hasoos. If I tell you: ‘Go for her’, just go for her…”.

Le pregunté en inglés: “¿Y cómo sabes eso?”.

Me respondió: “Porque le he dado muchas vueltas al mundo”.

Y sí, era cierto. Joe, ya en aquella época, le había dado muchas vueltas al mundo…»

Finalizo con dos de mis favoritas de los Clash: una de las más potentes de su discografía White Riot, que fue motivo de disputa entre sus miembros porque Mick Jones no quería tocarla en directo durante una gira,

y otra más melódica pero sin dejar de lado la energía que imprimía el grupo a todo lo que hacía, Death Or Glory.

Las anécdotas hispanas de Joe Strummer (VII)


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Mick Jones y Tymon Dogg en el homenaje a Strummer en Granada en el 2003

Parce que fue ayer cuando empezamos con esta serial y ya vamos por la séptima parte. Esta vez Jesús Arias nos introduce a Mick Jones y nos relata cómo resolvió Strummer su enfrentamiento con él. Sin más rodeos, aquí tenéis el jugoso texto.

«Es que tiene ya los cincuenta y está listo de pelo. Pero el tío, realmente, es un encanto como persona. Exactamente igual que Joe, que Richard Dudanski, que Tymon Dogg. Yo no sé lo que tiene esa generación de punks ingleses, pero son todos dignos de conocer y de compartir una tarde de charla con ellos. Super-humildes. Les mencionas una canción suya y te dicen: «¡Dios mío, ¿conoces esa canción? Joder, gracias por decírmelo, me ha encantado que te guste!». Y les preguntas: «¿Cómo tocabas esta canción?», van, buscan una guitarra, se sientan a tu lado, y te dicen: «Yo la tocaba así». Y te la tocan.

Ya puse en un tópic cómo se tocaba «London Calling», según me la explicaron Joe Strummer (en 1985) y Mick Jones (en 2003).

Joe, a Mick Jones, le tenía muchísimo cariño. Creo que Joe empezó a confiarme muchas cosas y a contarme muchas cosas porque yo era, en sus tiempos de crisis, el único que le decía: «Tío, deberías llamar a Mick Jones, reconciliarte con él, charlar, volver a tocar juntos». Ahí fue, en 1985, cuando Joe se me abría mucho, me hablaba mucho de sus crisis, de su inseguridad, de lo que echaba de menos el espíritu de The Clash.

Un día, en 1988, o mejor dicho, una noche, a las tantas, sonó el teléfono en casa. Era Joe. «Man, I did it. I phoned Mick today. He has invited me to visit the studio to see what BAD is doing right now. Gracias por el consejo, hombre». Y me estuvo informando prácticamente a diario de todas las sesiones de «Tighten Up», de los BAD. De que se había reconciliado con Mick Jones y quería que yo fuese el primero en saberlo.

Le conté eso a Mick Jones en 2003, justo mientras charlábamos con la Alhambra al fondo y mientras la fotógrafa de mi periódico nos hacía esa foto. «Al fin estoy en el sitio», me contó Mick, «del que Joe me había hablado tantas veces… Granada. Y ahora lo entiendo. Tenía que haber venido antes. Teníamos que haber venido los dos antes aquí… Bueno, yo estoy aquí. Joe debe andar más o menos por aquí. Nunca debimos habernos peleado, porque siempre fuimos colegas (mates) (because we were always mates, soul-mates».

Un tipo super-entrañable Mick Jones…»

Y para finalizar, 2 videos de aquella noche del 20 de agosto del 2003 en Granada.

Las anécdotas hispanas de Joe Strummer (V)


Esta quinta entrega no tiene desperdicio. Jesús Arias narra con especial emoción uno de los pasajes más curiosos sobre la estancia de Joe Strummer en Granada. Su pasión por Lorca le llevó a protagonizar una escena entre emotiva y surrealista en Víznar, el lugar donde parece que se encuentran los restos del poeta granadino. (Recientemente se publicaba la noticia que anunciaba que la Junta de Andalucía había aprobado la apertura de la tumba de Lorca en octubre de este mismo año).

«Llegamos a Víznar cuando se estaba poniendo el sol. El paisaje, desde allí, es sencillamente esplendoroso. Al entrar en el pueblo, Joe detuvo el coche: “Let’s look for a ferretería” (busquemos una ferretería), me dijo.

-A ferretería? What for? (una ferretería? para qué?)- le dije yo.
-We need shovels (Necesitamos palas)
-Shovels? Are you crazy? What do you mean for shovels? (Palas? estás loco? Qué quieres decir con palas?)
-If Federico García Lorca is buried here, we are going to find his grave and take his body out. (Si F.G.L está enterrado aquí, vamos a encontrar su tumba y sacar su cuerpo)
-Are you crazy, Joe? It’s impossible to find Federico García Lorca’s grave! (Estás loco, Joe? Es imposible encontrar la tumba de F.G.L!)
-If you and me are here, together, Jesús, it means that anything is impossible for us. (Si tú y yo estamos aquí, juntos, significa que nada es imposible para nosotros)

Joe quería buscar la tumba de García Lorca, rastrear todo el lugar, descubrir su cadáver y desenterrarlo. Estaba convencido de que iba a encontrarlo. Traté de explicarle que era absolutamente imposible: que son kilómetros, kilómetros y kilómetros cuadrados de monte, que ya ni siquiera existían montículos que indicaran sobre posibles enterramientos durante la guerra civil, que muchas zonas estaban repobladas de pinos. Joe seguía en las suyas. Finalmente, le dije: “Mira, vamos a hacer una cosa. Visitamos primero el sitio. Te enseño todos los posibles lugares en los que podría estar enterrado y si ves alguno que te despierte una corazonada, volvemos a pueblo, compramos las palas, y vamos allí”.

Se mostró de acuerdo.

Le conduje hasta el paraje en el que se sospecha que Lorca fue fusilado. Hoy hay un parque que lleva el nombre de Lorca, pero entonces todo era un inmenso descampado de terruño y de monte, con sólo algunos olivos. Debajo de alguno de ellos, nunca se sabrá, están Lorca y muchos más. Alrededor, pinares que repueblan otras muchas tumbas anónimas. Entre esos pinares y los olivos, en algún sitio, está Federico García Lorca. Le dije a Joe que parara el coche y me bajé.

-He’s somewhere, around here. (El está en algún sitio, por aquí)

Joe se bajó. Empezó a caminar. Yo lo esperé al lado del coche. Le dejé pasear. Se encendió un cigarrillo y lo ví alejándose poco a poco, ladeando la cuneta, observando la puesta de sol, escuchando el silencio. Cuando estaba como a unos cincuenta metros de mí, se volvió.

-Ven -me dijo.

Conforme iba hacia donde él estaba, soltó de pronto: “I can hear them”. (Puedo oirlos)

Luego lo volvió a susurrar cuando llegué a su lado: “I can hear them”.

“Hear what?”, le pregunté yo. (Oir qué?)
“I can hear the screams of the dead” (“Puedo oír el grito de los muertos”). “Something really tragic, unbelievable, terrific, happened here, something really tragic. I can hear it. I can hear the screams of the dead”. (Algo realmente trágico, increíble, terrorífico, sucedió aquí, algo realmente trágico. Puedo oirlo. Puedo oir el grito de los muertos)

Nos quedamos callados bastante tiempo, mirando la puesta de sol, escuchando el silencio. Luego Joe apagó su cigarrillo, se sacó una china de chocolate y se puso a liar un porro. “Hace muchos, muchísimos años, le prometí a Federico García Lorca que me fumaría un porro delante de su tumba, en su honor”, dijo en inglés. Y luego, en español: “Federico, va por usted, maestro”. Se encendió el porro, cruzó la carretera y se fue hacia unos olivos: “Es aquí ¿verdad?”, me preguntó en español, refiriéndose a los olivos que cita Ian Gibson en sus libros sobre la muerte de Lorca. Le dije que sí. Se sentó, me ofreció el porro -yo no fumé, prefería el tabaco- y me dijo en inglés: “Prométeme que algún día volveremos por aquí. Traeremos guitarras acústicas. Compondremos una canción llamada ‘Lorca’ que hablará de esta tarde, de este silencio, de esta puesta de sol, del grito de los muertos, de este olivo. De ahora mismo. Tú escribe la música y yo escribiré la letra. Pero no quiero que esta tarde se me olvide”.

Luego, al cabo de un rato en silencio, dijo: “Well, it’s time to come back to Madrid and work hard”. (Es momento de volver a Madrid y trabajar duro)

Durante los años siguientes, cuando nos llamábamos, cuando nos veíamos, Joe y yo hablábamos de ‘Lorca’, la canción. Yo, con los años, fui componiendo una canción muy al estilo Clash, para que él la cantara y le pusiera texto. Él siempre me preguntaba que cómo iba nuestra canción. Yo le decía que ya tenía la música, pero que necesitaba que él le pusiera el estribillo. Años después, quisimos hacer dos canciones juntos, ‘Lorca’ y ‘Tranceblues’. Él nunca llegó a enseñarme sus letras o si había escrito algo. Pero siempre me preguntaba por la música que yo había hecho. Le enseñé una idea en 1992, y a él le gustó. Eso ya es otro recuerdo.

No sé si Joe se acordaría muchas veces de aquella visita a Víznar, de las promesas de canciones que hicimos. Pero a mí se me quedó grabada para siempre aquella frase suya: “I can hear the screams of the dead”. “Puedo escuchar el grito de los muertos”.

Inicialmente, el homenaje que Richard Dudanski preparó para Joe tras su muerte en el Sacromonte, en agosto de 2003, debía haber tenido lugar en Víznar, pero, por problemas con la Diputación de Granada, no pudo ser. El segundo sitio de referencia sobre Joe era el Sacromonte.

A mí me queda esa tarde con mi amigo Joe en Víznar, esa puesta de sol, ese silencio, los cigarrillos que nos fumamos juntos, las palas que no nos compramos en la ferretería, el paisaje, la complicidad del colega, la brisa fresca, la poesía de Lorca y el Dodge-Dart plateado con techo negro.»

Termino con la canción en la que Strummer ya plasmaba su afición por Lorca y por lo sucedido en la guerra civil española, Spanish Bombs, con letra mitad en inglés mitad en castellano.

Las anécdotas hispanas de Joe Strummer (III)


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Strummer en el día de su cumpleaños

Seguimos con las anécdotas de Joe Strummer que cuenta tan interesantemente el que fuera su amigo granadino Jesús Arias. En este tercer capítulo nos habla sobre las circunstancias que rodeaban el 40 cumpleaños de Strummer (12 de agosto de 1992) y la repercusión por distintos motivos que habían tenido 2 de sus canciones. Una de ellas es este célebre Should Stay or Should I go?

«Fue en el 40º cumpleaños de Joe, en agosto de 1992. Apareció por Granada con Gaby, las niñas, y otra pareja de amigos para celebrar su cumpleaños. Creo recordar que, gracias a un anuncio de Levis Strauss, «Should I stay or should I go?» había vuelto a las listas de éxitos en Estados Unidos y estaba teniendo bastante repercusión. Joe estaba muy sensible por eso que ahora ya yo sé, lo de la crisis de los cuarenta, cuando te planteas si realmente has hecho algo decente en la vida o no.
El caso es que apareció como siempre, con su castellano anárquico, una camisa hawaiiana, Gaby, las niñas, y toda su ingenuidad de inglés en España. Me llamó desde el hotel Los Ángeles, en donde se hospedaban, y me invitó a comer con ellos. Hacía bastante tiempo que no nos veíamos, pero nos habíamos llamado mucho por teléfono a lo largo de los años y, una y mil veces, me había invitado a ir a su casa de Londres. Yo siempre decía que sí, que iría. Pero nunca lo hice. De hecho, aún no conozco Londres… He estado en Berlín, en Lisboa, pero jamás en Londres. Imperdonable. Y el primero en decírmelo es Richard Dudanski (batería de 101’ers, primer grupo de Strummer). Y tiene más razón que un santo.

Cuando aparecí en el hotel, Joe me saludó como si fuera un hermano suyo. Me presentó a sus amigos todo lleno de orgullo: «My teacher of Spanish!», les dijo. «My man!». Joe me contó que le había hablado muy bien de mí a todo el mundo en Londres. «Si necesitas un profesor de español», me contó que solía decir en Londres, «llama a este tío». Me habló de que acababa de recibir una llamada de Estados Unidos diciéndole lo bien que iba «Should I stay or should I go?» allí y que pensaba que debería regrabar esa canción de nuevo con la traducción que habíamos hecho entre los dos años atrás (-siento que mis recuerdos vayan a saltos, pero prefiero contarlos así, a bote pronto, antes que tratar de ordenarlos cronológicamente, porque, para mí, no serían tan vívidos ni tan espontáneos, sino mucho más elaborados, y perdería la fluidez… ya contaré en otro momento lo de la traducción al castellano de la canción-).

Joe parecía bastante eufórico, pero su mujer, Gaby, me contó, en un momento en el que él estaba llamando a unos y a otros por teléfono para decir que estaba en Granada, que Joe no se encontraba bien. Estaba bastante deprimido por eso de cumplir 40 años y estaba atravesando una fuerte crisis, lo que después mucha gente llamaría «The wild years» de Joe. Se encontraba musicalmente perdido, las bandas que intentaba montar no terminaban de salirle bien, la sombra de The Clash le pesaba como una losa… En definitiva, según Gaby, la vuelta a Granada era como volver a respirar aire fresco, regresar a los tiempos en los que él realmente había disfrutado. Quería celebrar su cumpleaños entre «su» gente, sus amigos, entre los colegas que lo conocían como «Joe» solamente: los camareros de los bares que ignoraban que él fue parte de una banda famosísima y que sólo tenían en cuenta que le encantaba el ‘pálido-cola’, los flamencos del Sacromonte, los rockeros de La Cúpula… Gaby me pidió, más o menos, que actuara de ‘hermano mayor’ de Joe, que lo animara.

Habíamos decidido ir a comer al Campo del Príncipe, una plaza bastante bonita de Granada que Joe recordaba con mucho cariño por sus bares, sus camareros, el vino, el ambiente festivo que siempre había -y hay- por allí. Nos fuimos dando un paseo.

En el Campo del Príncipe nos esperaban Fernando Romero, hermano de Esperanza y Paloma Romero (Paloma=Palmolive, The Slits, la antigua novia de Joe en los tiempos de los 101’ers) y Gabi Contreras («el médico loco», como lo llamaba Joe, radiólogo eminente y uno de los más íntimos amigos de Sid Vicious), los dos con sus familias. De manera que nos juntamos en una terraza un considerable equipo de gente (familias con niños) a beber cerveza.

Joe se sentó a mi lado para charlar conmigo. Ya habíamos hablado de eso bastantes veces por teléfono, pero volvió a sacarme el tema. Él estaba muy enfadado porque, el año anterior, durante la Guerra del Golfo, Estados Unidos había utilizado «Rock the Casbah» como «himno» entre los soldados americanos en una emisora de radio de una base norteamericana antes de ir a Iraq a lanzar las bombas. El quería hacer una canción contra eso, contra el Ejército de los Estados Unidos. Tenía un título para una canción, «Tranceblues» y una historia divertida: El Ejército USA es enviado a invadir Granada, en donde ha habido un golpe de Estado (la isla de Granada) pero, por equivocación, invade la ciudad de Granada. La canción iba en torno a eso: era un cúmulo de despropósitos.

Creo que ya hablé sobre eso en otro topic. Joe escribiría la letra y yo hacía la música. Hablamos sobre ello durante bastante rato y muchas cervezas (yo le dije que ya tenía la música) y, tras un silencio, Joe cambió de tema y me espetó: «Man, I’m pretty fucked» o algo así («Estoy bien jodido»).

Le pregunté por qué.

Tal y como me había dicho Gaby, Joe me contó que su vida era una mierda, que tenía 40 años, que no había hecho nada importante, que era un desastre, que se sentía un fracasado, que Mick Jones, al menos, había creado Big Audio Dynamite y era feliz y famoso, mientras que él se sentía completamente al margen.

Yo traté de disuadirle. «Tío», le espeté en inglés, «tú has escrito canciones como ésta, ésta y ésta. Yo a tí te admiraba cuando yo tenía 16 años. ¿Recuerdas lo que me decías tú de los Rolling Stones? ¡Pues tú fuiste mis Rolling Stones! Yo tocaba en mi guitarra, en mi habitación, ‘1977’ y escribí una canción llamada ‘1984’ porque en ‘1977’ tu cuenta atrás se terminaba en 1984».

Y le hablé de lo amigo que era para mí, muy al margen de The Clash, muy al margen del Joe Strummer famoso. Le dije lo mucho que lo quería como amigo…»

Como cierre os dejo con Rock The Casbah, utilizada para unos fines que Strummer aborrecía.

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